miércoles, 20 de marzo de 2013

El hijo perdido

     La roja puerta del auto, con sus vidrios polarizados, se cerro y, dentro se produjo una revolución de risas,  abrazos y besos. Efusión de juventud.
     Partieron a la velocidad prudente de siempre. Se alejaron por las calles brillantes por las gotas de la lluvia. El tránsito en la autopista seguramente iba a estar pesado.
     Habíamos festejado tu despedida de los veinte años, la entrada a la treintena, ¡qué cosa esa del cambio de los ceros!, que extraños sentimientos provocan.
     Entramos abrazados, contentos por los momentos compartidos, con un dejo de melancolía en nuestra alma; había algo que sobrevolaba sobre nosotros y no alcanzábamos a discernir que era, una sensación de presentimiento, un algo indefinible.
     Comencé a acomodar las cosas, lavar los platos y acomodar la vajilla, tu padre se fue a chequear algunos mails, algo sobrevolaba sobre nosotros, se interponía en nuestra alegría y traía como un halo de tristeza a nuestras tareas habituales.

     El mensaje llego cuarenta y cinco minutos después, el corazón lo había presentido, la razón ahora lo comprendía, en este momento, nuestro hijo se había ido y nunca volvería...

     El nene alegre, ruidoso, juguetón,  cariñoso, siempre en movimiento, siempre con una sonrisa en el rostro y los brazos rodeando nuestro cuello y diciendo te quiero, se había ido y nunca volvería...
     El adolescente tierno, peleador, artista, creativo y cariñoso, con sus brazos rodeando nuestro cuello y diciendo te quiero, se había ido y nunca volvería...
     Las fiestas del colegio, los cumpleaños compartidos, el inventar disfraces y correr juntos por la calles, descubrir cada día algo nuevo, algo diferente a través de tus ojos de cielo se habían ido y nunca volverían...
     Tus mimos, tu despertarnos a la medianoche de nuestros aniversarios, arrojándote sobre nosotros, mientras dormíamos, para entregarnos los regalos, se habían ido y nunca volverían...
      Esos pequeños obsequios, esos dibujos dedicados "te quiero" , armar el arbolito de Navidad, tu carita de alegría tras cada paquete descubierto, se habían ido y nunca volverían.
      Despedirte y esperarte a la entrada y a la salida del colegio, cada día, se habían ido y nunca volverían...
      Los primeros trajes comprados, con ansiedad, para los cumpleaños de quince, elegir la corbata adecuada, la camisa, los zapatos, se habían ido y nunca volverían...
      Que sacaras el primer registro de conducir y nos trajeras a casa manejando vos, se había ido y nunca volvería.

      El mensaje decía: " llegamos bien. Gracias por haberme acompañado en mis treinta años. Llamo en cuanto pueda, voy a estar muy atareado los próximos días, tengo mucho trabajo por delante, y María necesita descansar porque el embarazo le da mucho cansancio. Besos."
      Entonces tuvimos la certeza: nuestro pequeño hijo, el pequeño revoltoso, se había ido para siempre, ahora era un hombre...

2 comentarios:

  1. Hermosa e inevitable despedida. Ha sido precioso. Me ha gustado mucho.
    Te dejo un fuerte abrazo

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  2. Gracias Tony, viniendo de tu parte, es un comentario que valoro mucho, ya que sos un muy buen escritor y, yo apenas una aficionada.
    Muchos cariños

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