-¡Usted no conoce a su hijo!...
Desde el otro lado de la trinchera de su escritorio me
miraba con furia aquella personita regordeta, pequeña, de cabello ensortijado,
con ese aspecto de estar apurada, siempre, siempre, daba la sensación de que
tenía que salir corriendo no se sabía donde, pero salir corriendo ¡ya!.
-¡Si lo conozco!. Conteste con mi obstinación de siempre.
-No, usted no lo conoce.
Mire con desesperación a mi hijo, que permanecía
aparentemente en su mundo especial, a mi marido que mantenía su actitud de
espera-en acción-inacción-indecisión. Me dí cuenta de que una nube oscura y
trágica se cernía sobre nuestro cielo, hasta hace tan poco resplandeciente y
luminoso, supe que algo terrible estaba pasando, pero la sesión había
terminado…
Los tres arrastramos nuestras almas, unidas a nuestros pasos hasta el ascensor y
bajamos en total silencio.
Esa noche tuve otra de mis veladas trasnochadas de insomnio,
el episodio del gato me tenía preocupada. Maxi había jurado y perjurado que lo
había hecho por piedad (en realidad el gato estaba muy mal), la personita del
escritorio insistía en que había sido un episodio violento que tenía una
importancia fundamental, ya que la piedad se podía demostrar de otras maneras, que
esta era una acción extrema que marcaba toda una personalidad “difícil”. Dijo
también que Maxi tenía mucha bronca en su interior, un odio profundo que no se
llegaba a entender totalmente, que era como una “bolsita de arroz cerrada al
vacío”, totalmente compactado y que había que encontrar el camino para lograr
que entrara aire que produjera la descompresión necesaria.
Pensé: mi hijo es violento, mi hijo es un psicópata, no lo
conozco, no lo he conocido nunca, tal vez la personita quiso decirnos algo…, tal
vez nuestras vidas corren peligro; en cualquier momento puede atacarnos, acá en
la cama, y matarnos… Escucho ruidos, ¿será Maxi que se acerca, será realmente
un violento sin solución?.¡ ¿Tan terrible, simbólicamente, es lo que hizo?!
Cruzo la terraza bajo un sol que quema y un cielo
transparente, pantalones cortos, zapatillas deportivas, el gorro multicolor
obligado, voy a saludar a mi hijo antes de salir a nuestra acostumbrada
caminata con mi esposo (es sábado). Entro en una habitación oscura, congelada por
el aire acondicionado, en un rincón solamente iluminado por la pantalla de la
computadora está Maxi…
-Hola Maxi, ¿viste que día esplendido que hace?.
-A mí me parece horrible, no me gustan estos días.
A su alrededor se acumulan pilas de botellas de Coca.Cola
vacías, que parecen reproducirse, aunque las desechemos una y otra vez.
Me voy, nos vamos con mi marido a caminar por calles
encontradas, masticando nuestro llanto, tratando de entender: ¿por qué?, y
sabiendo la respuesta ¿por qué no?. El día transcurre entre reluciente y
doloroso, ni siquiera el cine ofrece películas interesantes, el universo nos ha
desechado.
Los días pasan, los psicofármacos aumentan, las ordenes también
“no pueden irse, no pueden dejarlo solo, tienen que manejarle la medicación”.
Su hijo es como una bolsita de arroz cerrada al vacío, hay que lograr abrirla
para que se descomprima.
Veo pasar las fotos en el portarretrato digital, ¿dónde se
fue ese nene siempre alegre, ese adolescente preparándose para su primer fiesta
de quince años, volviendo hecho un hombre del viaje de egresados? Tengo en mis manos cantidad de trabajos
hechos para la facultad. ¿Qué paso con la joven promesa de un genio futuro?
¿Fue solo el destello transitorio de la locura en ciernes?
-Dra. mi hijo esta aumentando mucho de peso, no es una
cuestión de estética, es una cuestión de salud, usted sabe los antecedentes
familiares de hipertensión arterial , de enfermedades cardíacas, de diabetes.
Los antidepresivos lo hacen comer mucho y tomar casi 4 litros de gaseosa por
día.
-¡Sra. piense en el hoyo de amor que está tratando de
llenar! y después de todo a lo sumo
tendrán un gordito en la familia…
Nos fuimos arrastrando nuestras almas, seguimos las
terapias, seguimos la medicación, seguimos la destrucción.
Hoy pase por las calles sucias de los festejos que se le
hacen a los egresados universitarios, y
no pude contener las lágrimas al saber que con mi hijo nunca viviría esa
experiencia.
-Hola. Tengo algo para decirles sobre Maxi, después de todos
estos meses creo que el diagnóstico de su hijo es esquizofrenia. Pero no
piensen en los terribles casos que ustedes conocen de la historia, hoy con
medicación se logra evitar la internación.
¿Internación? ¿Cuándo se hablo de internación? ¿Tan jugados
estamos?
La personita regordeta sigue nombrando ejemplos la película “Una
mente brillante”, entre otros, llego a escuchar en el medio de los gritos que
da mi cerebro. ¡Esquizofrenia, lo peor!
-¿Facultad?, olvídense, después de todo, no todos tienen que
tener un título universitario.
Los días pasan, el encierro sigue, el aumento de peso
también. La resignación esta tratando de llegar.
-¡Sra. lo que dicen los prospectos no siempre es verdad! ¡Y
no me venga con la información de Internet!
-Dra. yo lo leí en viejos libros de medicina, además ya se
cumplió el tiempo de prueba, evidentemente no están dando resultado.
-El tiempo esta terminando, redondeemos la sesión y vayan a
casa pensando en que hay que lograr abrir la bolsita de arroz cerrada al vacío,
para poder trabajar con Maxi.
Un nuevo caso, una nueva persona que me agradece la ayuda
prestada. Treinta años de ayudar a otros y ¡NO PUEDO AYUDAR A MI HIJO!
-Dra. ¿no vemos cambios, ni los rasgos de esquizofrenia?
-Buenooo, balbucea, la personita, -mejor no etiquetemos, no
etiquetemos…
-¿Qué pasa ahora, donde estamos, como seguimos?
-Vamos a agregar un antisicótico.
-¿Para qué?
-Las ordenes las doy YO.
Los tiempos se alargaron, se volvieron eternos, oscuros y
terribles, mi hijo va creciendo y diluyéndose en su mundo inentendible, sus días pasan en la oscuridad de la
habitación con un frío helado que congela los sentimientos, no hace nada, come,
duerme, juega videojuegos y consume gaseosas, lo veo destruirse frente a mis ojos,
lo que fue esperanza y alegría se ha convertido en un habitante de la locura.
-¡Dra, por favor necesitamos ayuda!.
-Hay que continuar insistiendo, tienen que airear los
ambientes de su casa, ha pasado mucha tragedia por ellos, tenemos que lograr
abrir la bolsita de arroz cerrada al vacío.
Mi marido y yo continuamos arrastrando nuestro pasos
automáticamente hacia el ascensor y sin decir una palabra comprendemos que
estamos solos y nuestra vida se ha derrumbado.
Mi personalidad no es precisamente de resignación, por lo
tanto después de llorar desconsoladamente debajo de la ducha, en la soledad del
vestidor, cuando manejo en el auto hacia
el trabajo, empiezo a pensar como hacer
para abrir la bolsita de arroz cerrada al vacío y en un momento…cual un rayo,
un destello enviado por los dioses la respuesta surgió frente a mí, estaba tan
cerca y tan sencilla, ¿cómo podía haberla ignorado por tanto tiempo? Frene
bruscamente y gire en redondo. Mi punto de destino se presento simple y
cercano, abierto a mi pensamiento.
Comprendí que la
creadora de la bolsita de arroz compacta, estaba atrincherada tras su seguro
escritorio y lentamente subí los seis pisos por la escalera, tomando conciencia
a cada paso del contacto con la dureza de los escalones y meditando sobre la
bolsa, el arroz y el cierre al vacío. Subí y subí, toque el timbre, hubo
algo de sorpresa en la cara de la personita regordeta, pequeña, de cabello
ensortijado, siempre apurada, pero duro un instante, con mi pequeño cuchillo
abrí la bolsita de arroz compactada y este se desparramo sobre la alfombra
dejando una brillante y atractiva mancha roja, no hubo sonidos, nada enturbiaba
la paz de esa tarde invernal, nublada, gire apenas un instante para observar la
placa que en la puerta decía Pascua Petra Calan. Psiquíatra.
Cerré mansamente la
puerta, sabiendo que la bolsita de arroz cerrada al vació estaba terminada, me
aleje caminando lentamente, en un día nublado, con algo de llovizna, con algo
de melancolía, con algo,… con sensación
de paz .
Todo estaba como debía estar, el mundo giraba lentamente y
todo había terminado o ¿recién empezaba?...